Una fría noche.

Una fría noche, David no conseguía dormir, así que se sentó frente la chimenea a escribir con su pluma. Comenzó a escribir una pequeña historia, una historia que acaba de empezar, y que aún no sabe cuando acabará...

Esta historia será un viaje, un viaje a través de experiencias vividas, sueños, ilusiones y anécdotas, historias...

La pequeña gran historia de su vida.

Esta pequeña historia ya ha comenzado, bienvenidos, y espero que os guste.

domingo, 29 de marzo de 2009

Zierzo.

Eva se encontraba sentada en su banco favorito, donde siempre que iba a aquel parque se sentaba durante horas, pensando en sus cosas, con la mirada perdida, abstraída. Y esta noche, era una de esas ocasiones. Hacía frío, mucho frío. Eva iba muy abrigada, con un abrigo largo y un gorro a juego con su bufanda, que solo dejaban entrever sus sonrosadas mejillas por el frío y sus ojos. Aquellos ojos color caoba le otorgaban una mirada que cautivaba allí donde fuera.

No era una decisión muy sensata la de salir al parque a pasear con esa temperatura tan baja, pero Eva necesitaba salir a la calle, a despejarse, el frío zierzo golpeando su cara le ayudaba a eso, era como si ese fuerte viento gélido se llevara parte de esos sentimientos, de esa tristeza que a veces la inundaba.

El parque estaba rodeado de edificios, y tenía una pequeña elevación de tierra en la que yacía un inmenso castillo, de la época del reino musulmán en España, que le daba nombre. Eva solía pasear por el foso del castillo e imaginarse cómo era la vida en aquella época, como vivía la gente que muchos siglos atrás había pisado el mismo suelo que ella estaba pisando. Campesinos, caballeros, soldados, e incluso reyes. Un castillo que permanecía impasible ante el tiempo. Cuántas generaciones habrán contemplado la puesta de sol desde sus altos torreones, cuántas habrán admirado sus jardines, sus patios... La mente de Eva volaba sin límites.

Pero esta vez no quería pasear, no tenía fuerzas, permanecía sentada, inmóvil. Eva sostenía un papel en la mano, era como una carta. La leía una y otra vez, era lo único que aún conservaba de él...

domingo, 15 de marzo de 2009

La catarsis.

David estaba paralizado ante la situación en la que se veía. Era una mezcla de miedo, melancolía y desesperación, la que le había llevado hasta allí.

Había soñado muchas veces con ese momento, con el momento de dejar de vivir. En varias ocasiones había estado cerca de acabar con su vida, bien con un cuchillo en la mano mirándose las venas, o en la bañera con un secador enchufado. Siempre había estado a punto, pero en un último brote de esperanza abandonaba sus intenciones. "Algún día, todo se arreglara", se decía.

Pero hoy no iba a ser así, hoy era el día, el día definitivo. Pero algo sucedió.

Una joven se acercaba corriendo hacia la casa de David. Gritaba. Apenas conseguía entender lo que decía. Sus gritos le devolvieron a la cordura de nuevo. La joven muchacha se paró justo en el lugar en el que David iba a aterrizar, un suelo de pizarro negro en el que David empezaría su nueva vida. La joven miró hacia arriba y, sin aliento, le dijo:

"- Por favor señor, baje de ahí, estaba paseando por el parque y no he podido evitar observar lo que estaba sucediendo."

La chica iba muy abrigada, la bufanda y el gorro que llevaba apenas dejaban entrever su rostro, y el color de sus mejillas sonrosadas era evidencia de que llevaba mucho tiempo paseando por el parque, en sus ojos, que eran penetrantes y de un color caoba precioso, aparecían señales de que la muchacha había estado llorando.

"- Déjame, por favor, y márchate. No puedes hacer nada. Ya es tarde."

David miraba al vacío, miraba pero no veía nada. Tenía la mirada perdida, y temblaba de frío.

"- No, no pienso marcharme, no puedo permitirlo, si vas a morir, que por lo menos no sea
hoy.
- Tú no tienes ni puta idea, hoy es el día, hoy es mi momento."

La chica comenzó a llorar desconsoladamente.

"- Al menos, si vas a morir, llévame contigo."

Esas palabras fueron como un jarro de agua fría que sacó a David de su trance y lo devolvieron a la realidad. Sin pensarlo, y tras volver a coger aliento una vez más, saltó.

viernes, 13 de marzo de 2009

El momento.

David abrió la puerta del balcón, y salió fuera. Lo que tenía en mente quizá fuera un error, una solución cobarde, pero una vía rápida para acabar con todo, todos esos fantasmas que siempre le habían perseguido, aquellos contra los que llevaba toda la vida luchando.

"¿Quién echaría de menos mi presencia? Nadie, absolutamente nadie..."

Acercó una silla a la barandilla, y en dos pasos, se encontró con la muerte cara a cara, separado de ella por tan solo unos escasos centímetros de metal. Sus pies desnudos notaban el frío helador del pasamanos, quizá como anticipo de la sensación que poco después iba a invadir su cuerpo, un frío helador que inundaría su cuerpo mientra yacía en el suelo herido de muerte, y poco a poco, su pena se iba aliviando.

David había tirado la toalla. Se había rendido. Estaba ya muy cansado, agotado. En el jueo de ganar, siempre le había tocado perder, constantemente. Estaba tan cansado, tan abatido, que ni siquiera encontraba las fuerzas para dar ese paso, ese último paso que le llevaría a una vida mejor.

Cerró los ojos. Un suspiro. Una lágrima. Un escalofrío. Silencio. El viento mecía su cuerpo. Solo se escuchaba el silencio, que reinaba en el parque al que daba el balcón. Un parque muy grande, inmenso, y estaba nevado, era una vista preciosa, y un escenario perfecto para lo que iba a suceder esa noche. Era el momento. Su momento.

Cuando todo iba a terminar, justo en el momento clave, ese abrumador silencio se rompía por los gritos de una joven mujer...

jueves, 12 de marzo de 2009

Una vez más.

Y en efecto, David no se equivocaba, una vez más, le habían herido el corazón, una vez más habían jugado con sus sentimientos, una vez más volvía estar solo. Solo, nuevamente, como ya le había pasado en otras ocasiones. Siempre se decía lo mismo, siempre se juraba que no iba a volver a caer, que no se iba a volver a enamorar, pero siempre se ha dicho que donde hubo fuego quedan cenizas, y David se había quemado mucho.

"Qué corto el amor y qué largo el olvido"- Cuánta verdad en tan pocas palabras.

Esta vez había sido la gota que colmaba el vaso, habían vuelto a jugar con él, le habían engañado, a pesar de jurar y perjurar que no volvería a ocurrir lo que una vez ya ocurrió. David siempre había sido muy comprensivo, creía en las segundas oportunidades, y así le iba en la vida.

Al haberse sentido toda su vida tan solo, a la mínima señal de afecto que David recibía, causaba en el una sensación semejante a la gratitud, que con el tiempo derivaba en amor hacia esa mujer. No le importaba el físico ni la personalidad, sólo que le quisieran como él era capaz de hacerlo. Se entregaba en cuerpo y alma a su amante. Era muy detallista. Les regalaba rosas, bombones, perfumes, lo que hiciera falta con tal de embelesarlas, pero no era suficiente. Parece ser que David no sabía dar nada que hiciera sentir a las chicas la misma sensación que él sentía.

- Lo siento...pero esto vamos a terminarlo...
- Pero...¿por qué? ¿Qué he hecho mal?
- Nada David, nada... pero lo siento, no es lo que yo busco.

Y así, conforme pasaban los años, habían pasado muchas mujeres por su vida, y cada una le aportaba algo nuevo, y también le dejaba una pequeña herida en su corazón, un corazón que algún día se acabaría rompiendo en mil pedazos.

David cogió de nuevo su cuaderno, y como siempre, dejó volar su pluma por la hoja de papel:

"Dicen que cuando pierdes algo que realmente te importa sientes un vacío, no estás satisfecho por completo. En mi caso este vacío está durando mucho tiempo, demasiado. Una parte de mí me dice que tire la toalla, pero otra que no pare de luchar e intentarlo; creo que ésta se ha visto superada por la primera recientemente.

He estado dándole vueltas al asunto, mirando los pros y los contras, sin duda los pros son mucho mayores, pero no puedo obligar a nadie a sentir algo que no siente. Tras mucho reflexionar he decidido dejar de ser el de antes. Aquel chico que se volcaba por lo que quería ha muerto. Como muy bien dice un amigo mío, voy a ir a lo que más me convenga.

Lo que no se aprende con el éxito se aprende con el fracaso, y ésta experiencia originada por esa conducta luchadora y, sobre todo soñadora, ha sido el origen de éste fracaso.

Me encanta esta frase, “la vida no se mide por el número de veces que respiras, sino por los momentos que te dejan sin aliento”, es bonita, ¿verdad? Puede ser interpretada de diversas formas, ahora me doy cuenta de su verdadero significado, esos momentos son aquellos que te pudren por dentro, aquellos que te hacen darte cuenta de lo mal que has actuado y de lo estúpido que has sido al creer que algo difícil de conseguir iba a ser posible obtenerlo.

Ahora sé lo que quiero, y a todas estas personas que me han hecho vivir esos momentos se lo agradezco, porque nunca había visto la realidad tal y como es, hasta ahora.

A todos ellos, GRACIAS, todo lo que fuí anteriormente se acabó.

Todo lo que fuí anteriormente ha muerto."

David deja el cuaderno en la mesa, se levanta y abre la puerta de su balcón.

sábado, 7 de marzo de 2009

¿Por qué?

" Una vez más, la historia se repite... "- Se podía leer en la hoja sobre la que David acababa de escribir. Junto a esas palabras, aparecía otra frase tachada, otra frase que apenas se podía descifrar...

Solo.

A David le encantaban esas noches, esas noches en las que no podía dormir, miraba al fuego y escribía lo primero que se le ocurría. A veces se inspiraba en su vida, otras en situaciones que simplemente se inventaba, en las que se ponía en la piel del protagonista, otras veces simplemente escribía cosas sin sentido, pero para él sí que lo tenían.

Pero esta noche no era consecuencia del insomnio, como casi todas, era culpa de su peor fantasma, un fantasma que durante toda su vida le había perseguido: la soledad. David era un tipo solitario, pero no por culpa suya, como aquellos viejos ermitaños que vivían solos por decisión propia. David vivía solo. Ya no tenía familia, sí bueno, tenía una hermana, pero vivía a miles de kilómetros de allí. Tenía amigos, tenía. Lo único que David siempre había buscado era un poco de afecto, sentirse querido por alguien. Amor, amor correspondido. En su vida la experiencia le hizo creer en que el amor verdadero, el amor correspondido, no existe. Al menos para él, no existía, era una gran mentira, suerte para algunos pocos. A lo que la gente llamaba amor, David lo llamaba suerte. Suerte, la que él nunca había tenido.

David no era muy atractivo, era un tipo normal, el típico tío con el que te cruzas y no te llama la atención, era normal, del montón. Ni feo ni guapo. Ni gordo ni bajo. Ni flaco ni alto. Normal.

Había tenido relaciones, pero por A o por B, siempre acababan igual, con David sentado frente a su chimenea, sin poder dormir, con su pluma en la mano y mirando la luz del fuego. Sí, en efecto, siempre acababan justo como aquella noche. Adivinar lo que le había pasado a David unas pocas horas antes...

viernes, 6 de marzo de 2009

La nevera.

Un yogur caducado, un limón, una lata de aceitunas rellenas casi vacía y una botella de agua. "Mierda", pensó David. Otra vez más, había olvidado hacer la compra.

David poseía una gran memoria, recordaba miles de escenas, de datos, de lugares, de cosas que había vidio o simplemente sabía. Cosas del pasado. Pero en el presente eso era otra cosa. Un tipo olvidadizo, olvidaba cosas que debía hacer al día siguiente, tareas, y todo tipo de cosas. Eso le había llevado en más de una ocasión a problemas, pero no podía remediarlo, él era así.

David recorrió el pequeño pasillo que unía la cocina con el salón, resignado por su falta de memoria. Resignado y hambriento, que aún era peor.

Una vez ya en el salón, recorrió con la vista la habitación; estaba llena de objetos y de cacharros, cosas que de una manera u otra, le ayudaban a mantener vivo ese recuerdo de lo que simbolizaban.

En la habitación reinaba la armonía, a pesar del gran desorden que había en las mesas o en el gran armario que ocupaba un puesto privilegiado junto a la chimenea.

El salón era el lugar favorito de la casa para David, en ella pasaba la mayor parte de su tiempo cuando estaba en casa. Le gustaba pasarse allí horas y horas, mirando al fuego, como aquella noche.