Una fría noche.

Una fría noche, David no conseguía dormir, así que se sentó frente la chimenea a escribir con su pluma. Comenzó a escribir una pequeña historia, una historia que acaba de empezar, y que aún no sabe cuando acabará...

Esta historia será un viaje, un viaje a través de experiencias vividas, sueños, ilusiones y anécdotas, historias...

La pequeña gran historia de su vida.

Esta pequeña historia ya ha comenzado, bienvenidos, y espero que os guste.

sábado, 7 de marzo de 2009

Solo.

A David le encantaban esas noches, esas noches en las que no podía dormir, miraba al fuego y escribía lo primero que se le ocurría. A veces se inspiraba en su vida, otras en situaciones que simplemente se inventaba, en las que se ponía en la piel del protagonista, otras veces simplemente escribía cosas sin sentido, pero para él sí que lo tenían.

Pero esta noche no era consecuencia del insomnio, como casi todas, era culpa de su peor fantasma, un fantasma que durante toda su vida le había perseguido: la soledad. David era un tipo solitario, pero no por culpa suya, como aquellos viejos ermitaños que vivían solos por decisión propia. David vivía solo. Ya no tenía familia, sí bueno, tenía una hermana, pero vivía a miles de kilómetros de allí. Tenía amigos, tenía. Lo único que David siempre había buscado era un poco de afecto, sentirse querido por alguien. Amor, amor correspondido. En su vida la experiencia le hizo creer en que el amor verdadero, el amor correspondido, no existe. Al menos para él, no existía, era una gran mentira, suerte para algunos pocos. A lo que la gente llamaba amor, David lo llamaba suerte. Suerte, la que él nunca había tenido.

David no era muy atractivo, era un tipo normal, el típico tío con el que te cruzas y no te llama la atención, era normal, del montón. Ni feo ni guapo. Ni gordo ni bajo. Ni flaco ni alto. Normal.

Había tenido relaciones, pero por A o por B, siempre acababan igual, con David sentado frente a su chimenea, sin poder dormir, con su pluma en la mano y mirando la luz del fuego. Sí, en efecto, siempre acababan justo como aquella noche. Adivinar lo que le había pasado a David unas pocas horas antes...

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